lunes, 4 de julio de 2011

UNA MARIE ANTOINETTE EN HISPANOAMERICA!

Ana Fernández interpretando a la virreina en la serie colombiana "La Pola" 2010.
DOS NATURALEZAS

Llegaron en 1803, un 16 de septiembre lluvioso, y Santafé los recibió con algarabía, gastando dinerales en agasajos de recepción. Él, con una vejez precoz, más por convicción que por condiciones físicas, padecía de una pronunciada sordera que con seguridad utilizaba a conveniencia. Tenía 60 años cuando fue nombrado virrey, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada, el 26 de julio de 1802. A pesar de sus destrezas militares, poca o ninguna experiencia tenía en las cuestiones administrativas. Ella, varios años menor, era hija del acaudalado comerciante don Eugenio de Villanova, natural de Sadaba, de quien había aprendido a amar el dinero y manipular precios y mercancías. No era especialmente bella y nunca logró hacerse querer por sus súbditos del Nuevo Reino.

A pesar del portentoso apellido de su madre, Antonio José aspiró a la carrera de las armas como camino a los cargos burocráticos importantes del gobierno español, por esta razón entregó su juventud a la vida militar de la España del despotismo ilustrado. A los veinte años egresó como cadete en el regimiento de caballería de Flandes, su carrera tuvo un desempeño connotado. En 1770 recibió la condecoración de la orden de Santiago que lo hacía tan orgulloso. De seguir la línea familiar, habría podido escoger profesiones liberales como medicina o derecho. Su padre era el médico de cámara de Fernando VI; su excepcional hermana, Josefa Amar, era traductora, escritora y feminista a ultranza. Pero Antonio José no era un buen lector, en sus cuentas, además de la compra de la Gaceta solo había un libro religioso y Los viajes de Gulliver. Tenía un carácter indeciso, le costaba optar y resolverse; sus retratos lo muestran como un hombre corpulento que, acostumbrado a la vida militar, seguía una vida austera y desprovista de excesos.

El virrey Antonio José Amar y Borbón
Al contrario, su esposa, la virreina María Francisca de Villanova y Marco, de pequeños pies y poca estatura, era resuelta -a veces impulsiva- y cedía con facilidad a las situaciones en las que pudiera sacar un beneficio. Estas dos naturalezas, por así decirlo, se complementaban.
 
los Amar y Villanova eran un matrimonio normal, incluso si tenemos en cuenta que nunca tuvieron hijos. Se casaron en 1775, él tenía 33 años y pasaba mucho tiempo fuera de casa en misiones militares. Por lo general, los hombres de vida urbana, en la Europa del siglo XVIII, se casaban por primera vez a los 29 o 30 años y las mujeres entre los 25 y 26. Las posibilidades de enviudar eran altas, por eso había segundas nupcias.

Abanico que perteneció a la virreina, parte de los obsequios a su llegada al país.
Sus padres acordaron la unión teniendo en cuenta las ventajosas condiciones de cada uno. Aunque tenía varios hermanos, a Francisca le asignaron una considerable dote, esto es una suma de bienes que ayudarían al matrimonio a afrontar los gastos y resguardarían el bienestar de ella en caso de viudez. Aun si le hubieran dado la quinta parte de los bienes de su padre, que era lo que casi siempre se daba a las hijas como herencia en la figura de la dote, la apuesta económica por la nueva alianza era alta. Los suegros del virrey confiarían en él.

En contraprestación, Antonio José aportaba tradición y oportunidades, su madre venía del linaje de los Borbón, su padre de la familia de los médicos de cámara del rey, y él, presentaba una promisoria carrera militar (en 1794 hizo parte de las listas de trato especial que tuvo la corona) que lo llevaría a seguros nombramientos en cargos públicos de poder.

VIRREINATO EN EL NUEVO MUNDO

Inicialmente Antonio José había pedido ser nombrado en el Virreinato de la Plata, pero la situación política era delicada y se decidió enviarlo al Nuevo Reino. Cuando llegaron a posesionarse, los virreyes llevaban casi 27 años de casados y, como ya se dijo, no tenían hijos. La concepción es una suerte extraña, y muy posiblemente la maternidad no era una preocupación de la virreina. Ella, interesada en cuestiones económicas. Al llegar Amar a la población de Honda, envió a Santafé a su sobrino, don Manuel Jiménez, en calidad de embajador, para avisar a Pedro Mendinueta, virrey al que sucedería en el cargo, y para poner en manos del Regente de la Audiencia el título que lo acreditaba como presidente de dicho Tribunal. Fueron recibidos en santa fe el 16 de septiembre de 1803 con los mayores honores, sentimientos expresados por el poeta José maría Salazar:

«Y tú, amable Francisca, venerada, de Villanova, timbre esclarecido, del venturoso amor prenda adorada y de virtud ejemplo el más subido, tú serás de nosotros respetada, tu ilustre nombre no verá el olvido, antes por el contrario, tu memoria será eterna en los fastos de la historia».


Sin realce no atractivos especiales, no capto mayores simpatías entre los habitantes de la capital, sus actos terminarían por convertirla en un ser odiado y malquerido. El carácter de estos oficios de especulación y manipulación la mostraban como una mujer soberbia y avara que manipulaba al virrey que, a su lado, era un hombre débil y pusilánime. Ella se ocupaba de manejar el impedimento de la sordera del virrey, y lo forzaba a tomar decisiones, por ejemplo, rechazar la propuesta de Rosillo de proclamarse reyes del Nuevo Reino de Granada. Si analizamos las implicaciones del lazo conyugal y tenemos en cuenta que los esposos provenían de una España ilustrada, no es de extrañarse que las mujeres asumieran roles determinantes y administraran los bienes. A fin de cuentas, el suegro de Amar era quien había costeado los gastos del viaje hacia América y por esta razón el virrey había obsequiado a Francisca catorce mil pesos que ella invirtió en perlas. Para la sociedad del Virreinato esto era un despilfarro a sus costillas, para la pareja, una deuda saldada.

Zapatos de María Francisca de Villanova, esposa del virrey Antonio José Amar y Borbon, ca 1803, museo nacional de Colombia.
No contenta con esto, usaba su poder para nombrar en los cargos públicos a sus amigos y familiares. Como su sobrino don Juan de Aguirre, problemático y peleador gobernador de Chocó. Apenas siete años tuvo la virreina para seguir los pasos de su padre y hacerse a una fortuna en esta miserable y abandonada colonia, siete años para engalanarse e ir a fiestas de máscaras con las elites provincianas con las cuales no tenía tema de conversación. 
 
LA REVOLUCION

El 20 de julio de 1810 estalla la revuelta y la gente exigió encarcelamiento a los virreyes. Algunos de los miembros de su círculo de amistades de palacio estuvo formada por algunos de los protagonistas de la reyerta como francisco morales. "Este día - dice por unas palabras que dijo el Procurador don Eduardo Pontón- La Junta los mandaba a la cárcel, el pueblo no lo consintió; el tumulto y alboroto fue grande. En esto don José María Carbonell y otros insistieron al pueblo para que pidiese que pusiesen al Virrey en la cárcel y le pusiesen grillos; y a la Virreyna en el Divorcio. Todos lo pedían a gritos, pero es de advertir que los que pedían esto era la gente baja, pues no se advertía que hubiese gente decente".

la revuelta del 20 de julio se le llamo el grito de independencia, por ser la primera vez que el pueblo se manifesto en contra del Gobierno colonial.
Que la Junta Popular había preparado cuidadosamente la vasta conmoción social que estalló ese día en Santafé, lo revela la rapidez con que fue invadido el centro de la ciudad por turbas exaltadas, que partieron de los barrios de Belén, Las Aguas, San Victorino y Las Cruces. Carbonell repitió de nuevo la hazaña política del 20 de julio y hacia el medio día la Plaza estaba colmada por una gigantesca multitud y las tropas se habían visto obligadas a replegarse, a fin de proteger las Casas Consistoriales, los cuarteles, y sobre todo el Tribunal de Cuentas, donde se encontraba el Virrey. "La fuerza revolucionaria -dice el "Diario Político"- tomó el mayor incremento en la mañana de este día. El pueblo ocupaba toda la gran plaza, no se hablaba sino de prisiones y arrestos de las personas que parecían sospechosas; todo se hallaba en la más viva agitación".

En los primeros momentos la Junta se negó a considerar la posibilidad de llevar a las cárceles comunes al señor Amar y a la Virreyna y ello determinó una primera ofensiva de la multitud sobre el Tribunal de Cuentas, ofensiva que obligó a la Caballería a efectuar varios simulacros de ataque para contener el empuje de las montoneras populares. Entonces comenzaron a llover piedras y sus oficiales solicitaron, con urgencia nuevas instrucciones para afrontar aquella crítica emergencia. Mientras los vocales deliberaban y el desconcierto se generalizaba en las Casas Consistoriales una porción de la multitud se aproximó al edificio del Ayuntamiento, cuyas puertas custodiaban las tropas con bayoneta calada, y los amotinados comenzaron a lanzar ¡abajos! a los vocales y regidores de Santafé. Hacia las tres de la tarde la situación no podía ser más grave, porque ya varios de los soldados de la Caballería habían sido heridos a piedra y la presión sobre el Tribunal de Cuentas era insostenible, a menos de permitir a la Guardia cargar sobre las turbas. Ante la crítica magnitud de la emergencia, la Junta se vio forzada a ceder por segunda vez y ordenó a la Caballería trasladar al señor Amar y a su esposa a las cárceles comunes. "Sacaron al Virrey -dice Caballero- por una calle formada por un numeroso pueblo y lo condujeron a la cárcel".

Imágenes de "La Pola" los virreyes son notificados que son prisioneros.
La peor suerte correspondió a doña María Francisca de Amar y Borbón, por que ella debía recorrer, desde el Convento de la Enseñanza, un camino más largo para llegar al Divorcio y la multitud consiguió avasallar la escolta. Cerca de seiscientas mujeres del pueblo se apoderaron de la Virreyna y se encargaron de conducirla al Divorcio, la cárcel destinada para las mujeres de la plebe y de vida alegre. Se sucedieron entonces las dramáticas escenas descritas por los cronistas que la presenciaron: "La infame plebe de mujeres -dice Caballero- se juntaron y pidieron la prisión de la Virreyna en el Divorcio. Formaron éstas una calle desde el convento de la Enseñanza hasta la Plaza, que pasaría de seiscientas mujeres. Como a las cuatro y media la sacaron y aunque la iban custodiando algunos clérigos y personas de autoridad, no le valió, pues por debajo se metían las mujeres, y le rasgaron la saya y el manto, de suerte la protegieron del  riesgo, porque como las mujeres, y más atumultadas, no guardan ningún respeto, fue milagro que llegase viva al Divorcio. Las insolencias que le decían era para tapar los oidos".

Otro de los testigos presenciales refiere así la escena: "El Virrey y su esposa fueron insultados de una manera baja e indigna principalmente la última, de quien se apoderaron sin respeto por el doctor Rosillo las mujeres más insolentes de la plebe, llevándola a empellones y puñadas hasta la prisión, después de haberla hecho caer en el caño de la calle de la Catedral. Cuando la señora fue encerrada en la prisión, se dio por bien servida, viéndose libre de las garras de aquellas furias, que la dejaron con varias contusiones en la cara y brazos".

Salida del palacio del virrey Amar y Borbón y su esposa Maria Francisca de Villanova. Fotograbado a partir de la pintura de Coriolano Leudo ca. 1938 -Museo de la Independencia.
Conseguida la prisión del Virrey y de la Virreyna, el pueblo se dedicó a celebrar en las calles su triunfo, mientras los patricios criollos y los españoles se ocultaban en sus residencias. Hacia el atardecer las manifestaciones comenzaron a disolverse y a las nueve de la noche reinaba en la ciudad un profundo silencio. 

Hacia las once de la mañana del 14 de agosto de 1810 "se juntó -refiere Caballero- toda la nobleza en la plaza y pidió a la Junta que sacara a los ex-virreyes de la prisión y los llevara a Palacio". Si en el día anterior esa misma plaza se había visto colmada por millares de gentes, hoy la concurrencia era visiblemente escasa, porque las tropas, ésas sí muy numerosas, habían ocupado las esquinas, con instrucciones de no permitir la entrada sino a personas de la alta clase social de Santafé. Después del discurso del Vicepresidente, los miembros de la Junta descendieron a la Plaza y allí se formaron dos cortejos, como estaba convenido: uno de ellos, encabezado por el señor Pey, don Camilo Torres, los vocales de la Junta y los "caballeros de la nobleza", se dirigió a la cárcel para libertar al Virrey y presentarle las disculpas del Gobierno y de la sociedad de la Capital por el "afrentoso atentado" cometido el día anterior. Mientras tanto las damas distinguidas de Santafé, encabezadas por doña Francisca Prieto Ricaurte de Torres, esposa de don Camilo, se dirigieron a la cárcel del Divorcio, portando ramos de flores para la Virreyna y, después de libertarla, acompañaron "ceremoniosamente -dice Abello Salcedo- como en los tiempos de la Corte, a doña María Francisca de Villanova, del Divorcio a Palacio. En el trayecto, la numerosa concurrencia que presenciaba el desfile, batía palmas para acreditar la general complacencia". 

Los virreyes son expuestos como prisioneros ante la multitud.
Por su parte, el cronista Caballero, testigo presencial del homenaje de desagravio a los Virreyes, lo refiere así: "Fue la Junta a la cárcel y lo sacaron (al Virrey) con una solemnidad no vista; las señoras fueron al Divorcio y sacaron a la Virreyna y la condujeron al mismo Palacio.Todo el día se mantuvo la Plaza cercada de tropas de a pie y a caballo sin dejar entrar a nadie". Instalado el señor Amar nuevamente en la residencia de los mandatarios de España, se le hizo objeto de significativos homenajes y los vocales de la Junta le insistieron en que se quedara en Santafé y en Palacio. El Virrey no mostró mucho entusiasmo en cuanto a su posible permanencia en Santafé, puesto que ya había sido relevado de su cargo por el mismo Consejo de Regencia, pero trató, en cambio, de conseguir el desembargo de sus bienes y una declaración que le libertara de todo cargo, para emprender inmediatamente su viaje de regreso a España.

«Nuestra partida -dice el señor Amar en su informe al gobierno español- se promovió antes de las veinticuatro horas de nuestra salida de las cárceles para Palacio, y con reserva particular, y poco antes se nos previno tomásemos este temperamento y las disposiciones de efectuarlo, para evitar una cruel revolución»
 

El 15 de agosto, mientras se efectuaba la procesión de Nuestra Señora del Tránsito, el señor Amar y doña María Francisca salieron sigilosamente de la Capital. El Virrey se escapa. Sin el Virrey en la ciudad, la Junta de Gobierno siente libertad para retomar la iniciativa. Ese mismo 15 allana la sede del club revolucionario en San Victorino y toma prisioneros a José María Carbonell, al escribano don Manuel García y don Joaquín Eduardo Portón, “por haber hablado con imperio y haber sido causa que pusieran al Virrey en la cárcel y a la Virreina en El Divorcio”.

Los pocos aliados que les quedaban les ayudaron en la huida a Cartagena, y notando que le faltaban algunos bienes, la virreina escribió a Francisco Morales pidiéndole le enviara sus pertenencias. Repitió la solicitud desde Cádiz y luego desde una provincia Andaluza. Eran cosas que había dado en préstamo y que no necesitaría en España. De regreso el viaje fue tormentoso. Antonio José se quedó en Madrid y María Francisca siguió hacia Sadaba a casa de sus padres, a pesar de la espera que tuvo que soportar, pues la región vivía el asedio de las tropas francesas. A su muerte, su esposo continuó administrando los bienes de su dote, y embargado por la tristeza pasó una temporada en casa de sus suegros.

Los virreyes retenidos en Cartagena, a espera de un barco para ser devueltos a España.
Para citar el libro de Mario Herran Baquero: El virrey don Antonio Amar y Borbón. La crisis del régimen colonial en la Nueva Granada. Bogotá, Banco de la República, 1988:

«Cada uno de estos esposos fue la personificación de más de un vicio: don Antonio, de la gula y la pereza; doña María, de la soberbia y la avaricia. Jamás se llevó a mayor extremo el monopolio, pues la insaciable virreina especulaba con todo: suyas eran las mejores tiendas de comercio, suyas las pulperías, suyas los miserables fogones en que se cocinaba para los proletarios, y suyo en fin, el mercado de la ciudad, en que revendían los víveres y las frutas; ella había hallado el medio de asimilarse todas las empresas lucrativas, rematándolas, atravesando los artículos de primera necesidad, o haciendo convenios con algunos ricos para arruinar a los especuladores en pequeño, quitar a los pobres esas miserables industrias y acaudalar una fortuna sobre el hambre y la desnudez de todo un pueblo.


El Papel importante que jugó la virreina durante la conspiración de Rosillo, quien con audiencia previa le propuso proclamar a su esposo como rey en estos términos: «Vuestra excelencia y el señor virrey están amados y queridos extremadamente. El pueblo, o el reino, los adora y proclamaría por rey a su excelencia, pues contaba con cuarenta mil hombres, armas y artillería que suministraría un amigo». El real acuerdo concluye que «La señora virreina, asombrada, le despidió, diciéndole que no quería más reino que el de los cielos»; enfatizando la gravedad del asunto, expresa que el virrey no le dio importancia «tal vez no lo habría comprendido por su impedimento de oído». Doña Francisca Villanova, esposa de Amar, fue una mujer frívola, liviana, amiga de que la adularan y por añadidura joven. Una María Antonieta para este pequeño Nuevo Reino de Granada, con un marido que como Luis XVI carecía no solamente de malicia y masculinidad, sino también de las condiciones que hacen de un hombre apto para el mando. «Si Amar hubiera tenido el carácter firme de su esposa, difícilmente se habría hecho la revolución». Días después, el 15 de agosto de 1810, María Francisca Villanova y su esposo partieron rumbo a su patria».

No hay comentarios:

Publicar un comentario