lunes, 5 de octubre de 2009

LA REINA DA A LUZ AL DELFÍN LUIS JOSE


El 22 de octubre de 1781 el tan esperado heredero al trono nació. Trajo la popularidad sin precedentes a María Antonieta, había llegado a ser reina por segunda vez. Los primeros años de la corta vida del delfín era de gozo absoluto de sus padres.

El 22 al despertar, la reina sintió un poco de dolor, sin embargo se dio un baño, el rey, que iba a disparar a Sacle, derogo la partida de caza. Entre las doce y media, su dolor fue mayor, a la una y cuarto el delfín nació. Con el fin de evitar una repetición del accidente que había ocurrido en el nacimiento de madame royal, se había decidido que la multitud no se le seria permitido el ingreso al apartamento real, y que no se sabría el sexo del bebe hasta que la madre estuviera fuera de peligro.


Al enterarse de la noticia a la mitad de las onces, la señora Polignac se había quedado con la reina, las damas y caballeros de la corte que quería presenciar el nacimiento del delfín encontraron las puertas cerradas. Solo pudieron ingresar el conde Artois, madame Lamballe, de Chimay, de Mailly, de Ossun, de Tavennes y de Guemenne. Cuando el niño nació, fue llevado al gran vestidor, donde el rey lo vio lavado y vestido y se le fue dado a la institutriz real, la princesa de Guemenee.

La reina estaba en la cama, ansiosa y sin saber nada, todos los que  la rodeaban controlaron su rostro tan bien que la pobre mujer, al ver su aire limitado, pensó que ella había dado a luz a una niña por segunda vez. “ya ves como soy razonable”, dijo suavemente: “yo no te pregunto”. Pero el rey ya no podía contenerse, se acerco a la cama de su esposa y con lagrimas en los ojos le dijo: ”el señor delfín le pide permiso para entrar”. El niño le fue llevado, la reina lo abrazo con un entusiasmo que no se puede describir.


La escena era indescriptible: todas las restricciones se dejaron a un lado, la alegría broto libremente, la antecámara de la reina era encantadora. Todas las cabezas se envolvieron en risa y llanto, las personas que no se conocían entre sí, hombres y mujeres, se abrazaron. Lo mismo sucedió, cuando media hora después del nacimiento, las puertas de la cámara de la reina se abrieron y el señor delfín se anuncio.

Madame Guemenee, radiante de alegría, lo tomo en sus brazos, hubo aclamaciones de júbilo y aplausos, que penetraron a la habitación de la reina y seguramente a su corazón. Uno de los valientes suizos y amigo intimo de la reina reina, el conde de Stedingk, no podía contener su alegría: “un delfín señora, que felicidad!”. Madame Elisabeth estaba tan encantada que no lo podía creer, ella rio, lloro y caso enferma de emoción.


En cuanto al rey, que estaba intoxicado con su felicidad, no dejo de ver a su hijo, le sonreía y lagrimas corrían de sus ojos. El extendió, sin distinción, la mano a cada uno que lo felicitaba, su alegría se sobrepuso a su habitual reserva. Buscaba cualquier ocasión para pronunciar las palabras: “mi hijo el delfín”, y tomo al niño en sus brazos, lo levanto en la ventana, con una expresión de contenido que toco a cada uno de los presentes.

A las tres de la tarde el niño recién nacido fue bautizado como Louis Joseph francois Xavier en la capilla de Versalles por el cardenal de Rohan. Después de la ceremonia, el conde de Vergennes y el  conde de Segur le entregaron las insignias del cordon bleu y la cruz de san Luis. Por la noche hubo fuegos artificiales en la place d`armes.


El era un niño de excepcional belleza y de una fuerza sorprendente. Las damas de la corte, admitieron al mirar al niño real, “tan bello como un ángel”. Los cortesanos disputaban sobre la elección del futuro gobernador del delfín, y se dieron cuenta, no sin malicia, el semblante decepcionado del duque de Guines, que pensaba ilusionado  que ese lugar debería ser para él y cuya reciente desgracia le había robado la esperanza. Cuando el presidente del tribunal de cuentas se acerco con elogios al delfín declaro: “el nacimiento es nuestro gozo, su educación será nuestra esperanza, la virtud será nuestra felicidad”.

En parís, no era menos vivo, cuando el señor Croismare, teniente de los guardias anuncio la gran noticia en el hotel de Ville. La gente se echo a reír y se abrazaron unos a otros en las calles.


En su diario, escrito día a día, Luis XVI, trazaba brevemente, aunque con sequedad, los mas pequeños actos de su vida privada. Esta vez, para nuestra gran sorpresa, entra en detalle, gracias a su alegría de haber tenido un heredero a la corona:

“la reina paso una noche muy cómoda el 21 de octubre. Se sentía algo de dolor leve al despertar por la mañana, pero esto no le impidió el baño, el dolor continuaba, pero esta vez en gran medida. Hasta el mediodía interrumpí la partida de caza que se realizaría en Sacle.
Entre las doce y media, el dolor se hizo mas grande; la reina se fue a la cama y solo una hora y cuarto mas tarde, según mi reloj dio a luz aun niño. Solo estaba presentes la señora de Lamballe, el conde Artois, mis tias, la señora de Chimay, la señora de Mailly, madame d`Ossun, la señora de Tavannes y madame de Guemenee.


De todos los príncipes a los que la señora de Lamballe había enviado al mediodía para anunciar la noticia: debido a que el señor de Orleans llego antes del momento critico (estaba cazando en Fause), permaneció en la cámara o en el salón de la Paix. El señor de conde, el señor de Penthievre, el duque de Chartres, madame de Chartres, la señora princesa de Conty y la señora de conde llegaron también… Mi hijo fue llevado al gran vestidor, donde fui a verlo vestido y me lo puso en las manos la señora de Guemenee, la institutriz. Después me acerque a la reina y yo le dije que era un niño, y le fue llevado a su cama…”

Otro relato, no tan conocido y poco mencionado es el escrito enviando al rey de Suecia por el señor de Stedingk, amigos intima tanto de la reina como de Luis XVI:

“La reina dio a luz a un delfín. Madame de Polignac fue convocada a las once y media. El rey estaba de salida para la caza en el momento con el conde de Artois. El rey fue a la habitación de la reina y la encontró en el sufrimiento, aunque ella no lo admitía. Su majestad revoco la caza, lo que fue la señal para que todo el mundo se precipitara al apartamento de la reina… el rey, sin embargo, continuaba con su traje de caza. Las puertas de la antesala se cerraron, al contrario a la costumbre, lo que fue una gran mejora. La reina acudió primero a la casa de la duquesa de Polignac, donde estuvo acompañada por la duquesa de guiche, la señora de Polastron, la señora condesa de Gramont, la señora de Deux-Ponts  y la señora de Chalons. Después de un cruel cuarto de hora, una de las mujeres de la reina, llego toda salvaje y despeinada y grito: “un delfín! Pero no debe ser contado”. Nuestra alegría era demasiado grande para contenerla”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario